El silencio y sus susurros

Obras sobre papel, telas, tintas y óleos, pequeñas grafías y representaciones cuasi verosímiles, desbordantes mundos de texturas y trazos de mayor y menor intensidad, tejen un diagrama de silencios y de breves movimientos, que nos recuerdan que siempre somos observadores distraídos del texto que arma el mundo de lo real; por debajo y entremedio del universo de bloques manifiestos, difíciles de eludir porque casi siempre se nos vienen encima como obstáculos, dramas o acontecimientos múltiples, que hacen a nuestros desasosiegos cotidianos.

Fijar los ojos en lo mínimo es probablemente el recurso más inmemorial de recobrar para nosotros mismos el pulso de una vida verdadera, si tal cosa fuera posible.

Es inevitable pensar que el viaje hacia lo íntimo, lo pequeño, el detalle, lo que apenas se evidencia, es la voluntad de escritura de un cuerpo que respira y necesita del silencio para establecerse e intentar comprender y comprenderse.

Un mundo vegetal, como recuerdo de alegrías infantiles y de los primeros pasos en la experiencia de ensimismamiento.

Conocer el mundo y aprender maneras de aislamiento parecieran lecciones que vienen de la mano. La distancia como modo necesario y particular de proximidad, alejarse para transmutarse uno mismo y avanzar de un modo preciso, irracional, emotivo, directo hacia el néctar que las imágenes proponen a los ojos.

Margarita Ezcurra trabaja con paciencia, paciencia de momentos y paciencia de años. Un largo, muy largo proceso de resumen y austeridad, de autoconocimiento y de encontrar un camino propio que resista toda tentación enajenante. Es, en ese sentido, un verdadero caso testigo de cómo una artista desanda mil posibilidades para encontrar el sendero donde podrá caminar con soltura y felicidad, y sentir que hace lo que debe hacer.

El viejo sueño de unicidad, de ser uno con la obra, igual de simples como de grandes, un sueño que se cumpla o no, nos deja con la sensación de estar presenciando una experiencia de profundo amor.

Cada obra aquí vale su peso en gesto, una manera inapreciable de entender que una obra siempre trae una historia personal y secreta por detrás.

 

Tulio de Sagastizábal, Buenos Aires, mayo de 2015.