Hablo, hablamos… (a propósito de La Vida Quieta)

Sus trabajos tienen rasgos definitorios que las hacen compartir una cualidad estética y permite reunirlas con cierto aire de complicidad.

Son obras de pequeño formato, preferentemente trabajadas sobre papel, y abordan lo natural (léase flores, plantas, naturalezas muertas o pequeñas formas de apariencias convincentes) a través de juegos representativos.

Gestos íntimos que hacen del pintar y la pintura un espacio de recogimiento, concentración, bellos hallazgos y refinados tratamientos, que prolongan la antigua práctica en un renovado placer, en un lugar ideal para continuar fijando las marcas del diálogo con los mundos silenciosos al que los artistas son proclives.

En ellas todo es cuidado, casi mínimo. El dibujo y la pintura no son aquí herramientas para exponer una subjetividad discursiva, especulativa, de osadas experimentaciones. El dibujo y la pintura son aquí pequeñas maquinarias puestas al servicio del minucioso proceso de hurgar en algunos signos que denuncian afectivos contactos con fragmentos de un inframundo de formas, colores y vibraciones, que dejan huellas, marcas y profundas impresiones en nuestro imaginario, nuestra memoria y nuestros tambaleantes estados de ánimo.

Es curioso, pero en estos momentos y en esta ciudad, se suceden un sinnúmero de muestras presentes y por venir que rondan universos similares a los que estas tres artistas cultivan desde hace años. Pareciera un acuerdo silencioso, como debía ser, en torno a una contracara del apabullante mundo contemporáneo de imágenes estrepitosas y gestos espectaculares. Como recordatorios del mundo de los refugios, del mundo de los sentimientos vulnerables, del mundo de los gestos gratuitos y del acto del don. Porque en algún recodo del camino, el arte continúa siendo también un arte del don: el arte de brindar lo que tal vez no tenga significado más allá de su significativa existencia y su significativa belleza.

“A veces creo haber perdido la inteligencia lógica que implica aplicar conocimientos adquiridos; mi pensamiento literalmente está en nada, en blanco, sólo dibujo”, dice Ani Schprejer. Y agrega: “Este dejarme ir es muy placentero, es un laberinto que como tal, su razón reside en recorrerlo, no hay meta, lugar dónde llegar [… ] Cada vez confío más en mi ojo regulador/analizador de la obra y de su inteligencia intuitiva”.

“Eran las primeras imágenes que hacía, y lo que me sucedía con ellas al mirarlas tenía que ver con esa sensación en que lo extraño se vuelve familiar. No busco explicarme o explicar lo que hago, sino entenderlo [… ] me interesa lo que construimos o materializamos por esa especie de juego de desciframiento que trae implícito, una vez que el objeto está presente”, añadiría Bianca Trezza.

“He venido trabajando dentro de esta línea conceptual explorando el campo de las formas orgánicas relativas a la botánica, con el interés puesto en la riqueza de la variedad formal sin pretensión científica alguna y, sin embargo, abordando el tema con la curiosidad y asombro del investigador”, afirma Silvina Monroy.

Los abordajes son siempre disímiles, singulares, no hay una formulación dogmática que ampare estos acercamientos y desarrollos de la práctica artística.

Son buceos y experiencias que evidencian la pasión por el hacer, y que en una relación estrecha con el hábito y la libertad de hacerlo, empujan a girar en órbitas muy próximas, lejos de los tiempos calculados y las metas programadas.

Pasión, soledad, curiosidad y constancia, producen gestos con la indudable inteligencia de saberse cómplices de innumerables otros.

 

Tulio de Sagastizábal. Buenos Aires, abril de 2015.

 

Nota:

“La Vida Quieta” es una muestra que reúne obras de tres artistas contemporáneas: Silvina Monroy, Ani Schprejer y Bianca Trezza.