La reabsorción del significante m

Acerca de la palabra maestro en la tradición de las artes visuales recuerdo muchísimas historias; historias llenas de otras historias, como unas puestas en abismo que nos arrastran a múltiples orígenes de seguro divergentes.

A mí me gustan mucho esas historias, y cuanto más se acercan a algún modelo de tradición oral en funcionamiento, lisa y llanamente me hipnotizan.

Pero hay otros que han de saber mucho más acerca de esto, y que podrán recordarnos largamente historias de gremios medievales o anécdotas de maestros budistas y de tantas otras apariciones agradables, sorpresivas y hasta espectrales de la figura del temido, amado, denigrado maestro.

Y hablando de historias diría que esta pobre figura del maestro sin dudas ha debido cargar sobre sus hombros con el peso de grandes continuidades históricas, una carga grave si consideramos el cuantum de arbitrariedades, omisiones y caprichos que esas continuidades resumen con frecuencia y al unísono de sus construcciones ejemplares.

Luego, como en una tentación bíblica, pareciera que estamos siempre girando nuestras cabezas, en el gesto aprendido de mirar hacia atrás, curiosos e intrigados, buscando dibujar nuevas genealogías, o argumentos que autoricen o expliquen, y que nos ayuden a comprender, por qué queremos lo que queremos; recordando incluso que “la enfermedad de las cadenas” ha tenido siempre apasionadas adhesiones.

“Cada época sueña la siguiente, pero al hacerlo revisa la anterior”, dice H. Foster; y quisiéramos agregar que revisamos sí, y damos vuelta toda la casa también, porque es tan dominante el sentimiento de inestabilidad y precariedad que cualquier posición supone, en estos momentos y así es para mí sin dudas, que simplemente debemos debatirnos entre la voluntad de conocer todo y no conocer en absoluto.

Ninguna expectativa entonces de encontrarse ahora con una versión reducida y prolija, que nos explique de un modo breve y convincente ésta o cualquier historia que nos interese.

Pienso entonces que cuándo nos hacemos la pregunta: ¿y los maestros qué? estamos intentando pensar en un después de un después que es tan diferente y múltiple para cada cual, que se dificultan enormemente los acuerdos y las afinidades, complicándose mucho cualquier reconocimiento estable, detenido, hasta volverse incierta la posibilidad de consolidar un panorama común, siquiera un panorama.

Porque ya son remotos los días en los que un artista buscaba una inscripción voluntaria en una determinada genealogía, como modo de identificarse y poder deletrear un programa a futuro.

Y algo de esa temporalidad es extrañable, porque era profundamente tranquilizadora esa sucesión que establecía una inteligibilidad del devenir, incluido un cierto orden de rupturas.

Y la ausencia de esta inteligibilidad es unos de los datos más difíciles de aceptar en nuestra contemporaneidad.

Porque la espacialidad presente nos provee de un sinnúmero de conflictos asociados a las urgencias de la simultaneidad, la permanente presentización, la acumulación de un stock de ‘ahoras’ imposibles de asimilar en su totalidad.

Pero es en este contexto de ampliación desmedida del campo de experiencias donde habremos de encontrar vías que nos reconduzcan al encuentro de unos problemas y necesidades, tal vez homologables a los que demandaron anteriores reencarnaciones del significante m.

Y quisiera entonces poner ahora la atención en los fenómenos cuyas presencias y derivaciones me resultan más atractivas y conflictivas al momento; ellos son: la distancia crítica el valor de autoridad.


La distancia crítica

“Si existe un núcleo duro del arte no hay que buscarlo en el sujeto, en el artista, en su deseo de expresarse y comunicar, sino en la obra, en su singularidad radical, en su irreductibilidad a una única identidad, en su carácter esencialmente enigmático. El arte no puede disolverse nunca en la comunicación porque contiene un núcleo incomunicable”. Esta es una cita de Mario Perniola.

Esta definición me ha ayudado mucho a comprender qué significados tiene una toma de posición de esta índole: contribuye a redefinir qué es lo valorable “en última instancia” de una obra, atentos a qué acontecimientos deberíamos estar, alrededor de que núcleo de valoración podemos movernos con nuestras capacidades reflexivas; pero creo que es a la vez también una señal sobre el cuidado que debemos tener a propósito de la condición de precariedad de toda hegemonía, de la natural circunstancialidad de cualquier código.

“[el arte] es afín a lo real, con lo que comparte la áspera y ardua inconveniencia” concluía la cita anterior.

Pues como decía un poco antes, la saturación actual hace muy delicada cualquier operación de diferenciación, si no deseamos comportarnos con irresponsabilidad, y reclama estar atentos tanto a la banalidad de discutir que algo es o no es arte, como a no ser indolentes ante el agobio de tantas tautologías complacientes (las “certezas insustanciales propias” como fueron llamadas mucho antes de ser tan lo que son).

Así podremos movernos despiertos entre una “uniformidad en la que nada está ni lejos ni cerca” y otra “banalidad de lo que es igual a sí mismo”, puesto que si bien el eclipse de la distancia crítica se puede apreciar como un potencial liberador, también es cierto su potencial como estimulador de los fenómenos espectaculares.

Tal vez aquí, y de hecho creo que así ocurre, el significante m vuelve a reinsertarse en el contexto de la práctica artística como una herramienta para utilizarse, que es en realidad imprescindible en el desarrollo de una política para la capacidad diferenciadora; y que es, en consecuencia, una herramienta decisiva también para una política de la multiplicidad.

 

El valor de autoridad

“Ver el conocimiento y el arte como una serie de opciones y decisiones” según Edward Said.

Resulta entonces que ubicaríamos el significante m como una figura necesaria a la hora de considerar la construcción de una serie alternativa de significados.

Pero por su propia centralidad, este signo no puede evadir su condición de autoridad. De un modo u otro estará presente en la escena como espejo, como un dato pleno de unicidad.

Es paradojal entonces su realidad, pues ayuda a constituir un espacio con su plena autoridad, allí donde una función esencial de su condición sería su valor de desautorización. Dado que ocurre que el significante m sólo puede conservar su autoridad al estar en condiciones de señalar la posibilidad decadente de todos los modos de constituir.

Y de la salud que significan desplazamientos, corrimientos, reversiones y todo otro medio de pérdida y/o recuperación a los que echamos mano para defendernos de lo efímero, y también para conservar la alternativa de poder ceder a la tentación de eso efímero.

Paradójicamente entonces, el significante m conservará su autoridad por su posibilidad disolvente.

Y esto desde luego lo hace entrar en una relación de conflictos con escuelas y academias, con todo cuerpo institucional que ocupe el lugar de órgano de la ley en este campo.

Como habrá entrar en conflicto con seguridad con cualquier figura que se instale en la permanencia de una condición de poder.

Pues por humilde que parezca, esa simple “serie de opciones y decisiones”, de la que hablaba E.Said, recuerda fuertemente al aleteo de una mariposa lejana.

¿Qué posibilidades entonces para nuestro modesto significante m?

Primera alternativa: localización en nichos provisorios, siempre inestables, en las poco acogedoras instituciones locales.

(En esto ya hay mucha experiencia desde luego, pero no soy en absoluto el indicado para hablar de ello).

Segunda alternativa: seguramente permanecerán en uso las “prácticas irregulares” a que estamos acostumbrados, y espero que sea así, como fresca emergencia de las resistencias de un campo hipersensibilizado por (y muy sometido a) tantas prácticas autoritarias.

(Cabría aquí, en este momento, una apropiada digresión acerca de mi voluntad de identificar esa figura de francotirador que gusta a Said para los intelectuales, con la que es uno entre otro de los posibles anclajes del significante m, que siempre se me ocurre corrosivo; pero probablemente sea para todos obvia esta condición, y sea innecesario hacerlo).

Finalmente, una idea que no quise dejar de anotar: “en el arte como en el pensamiento hay un objetivo: el deseo de significar hasta el límite la totalidad de los significados”, cito a Lyotard.

Porque moviéndonos en la brecha que pueden dejar convicciones tan disímiles, históricas y actuales, que pueden ver en el arte un simple juego de engaños e ilusionismo y , por el contrario, la fe aún perdurable y un poco sorprendente en el arte como una manera trascendente de experimentar un conocimiento muy sublimado, sigue en pie la actualidad de un pensamiento que reconoce en la práctica artística la puesta en marcha de un saber y un aprendizaje que son sustanciales para nuestro propio reconocimiento y además, en la confusión de nuestra realidad, un dato cierto para el fortalecimiento de cualquier deseo de autonomía.

 

Tulio de Sagastizábal, Buenos Aires, noviembre de 2004.

 

Nota:

Texto incluido en el libro Maestros Argentinos. Libros del Rojas. UBA, 2006, compilado por Diana Aisemberg.