Los sonidos del silencio

Los sonidos del silencio

Alejado de los brillos y de los golpes de efecto, Tulio de Sagastizábal exhibe sus pinturas en Casa Matienzo

POR VERÓNICA GÓMEZ

“Tulio de Sagastizábal es un simulador de dificultades que tiene el don y la gracia de hacer creer que sus pinturas son fáciles de realizar”, acierta Silvia Dick Naya al referirse a la muestra Pequeños escenarios, en la que este gran pintor misionero vuelve a hipnotizarnos con su extenso repertorio de escalas cromáticas desvaídas, de casilleros de contornos endebles y círculos concéntricos que flotan descentrados sobre una trama que intuimos infinita. Aquí la insistencia es la cara visible de la resistencia, cierta rebeldía que suele anidar en los silencios cuando son parcos y se originan en la actitud honesta, en la labor poco altisonante de un trabajo de taller sostenido y ajeno a las modas.

La pintura de De Sagastizábal es, amén de la versatilidad de su escala cromática, silenciosa. Los colores no vienen directamente del plomo de óleo o de acrílico, sino que son buscados y meditados. Todo lo que toca el pincel parece apartar brillos sospechosos para devolvernos una opacidad firme, como si nos advirtiera que el color puro es engañoso, que para encontrar la verdad hay que enturbiar las fáciles lecturas e internarse en senderos constituidos por pequeños pasos que se multiplican anulando el horizonte.

Suspendidos en una trama mucho más extensa que los límites que impone la hoja o la tela, los círculos concéntricos, las rocas facetadas son los corazones de un mapa escalonado. Hay aire entre estas formas y el fondo. Los cortes oblicuos dan inestabilidad. Puede que los círculos rueden por las cornisas planas. Sin embargo, no lo hacen. Es una inestabilidad férrea sin ser rígida. La pincelada es un modo de decir arrastrado, como esos acentos cerrados de la provincia.

En la obra de Tulio callar no es omitir. No es retacear el decir. No es el “preferiría no hacerlo” de Bartleby, bella máxima que ha dado en ocasiones una pátina elegante a la cobardía. Es más bien: “preferiría hacerlo, pero no de cualquier modo”. ¿Y cuál es el modo que De Sagastizábal elige? En sus palabras: “El gesto y el color son materiales nobles, no son preciosos y son la materia de estas realizaciones […] Desde hace mucho mi consigna es la deriva, y aunque los resultados inmediatos me son poco simpáticos, mi trabajo cotidiano está lleno de amor y de toda la pesadez de vivir. Así me gusta contemplar cómo algunas obras levantan vuelo tiempo después”.

Vive en Misiones un pájaro de color oliva y herrumbroso llamado macuco. Pertenece a una especie solitaria y cautelosa. De ojitos simpáticos, sus pasos son lentos; se oculta en el bosque y cuando se siente amenazado permanece estático, agachado, hasta que vuelve a sentirse seguro. Jamás levantaba vuelo en forma vertical y sorpresiva. Si bien el color de su plumaje es discreto y puede pasar fácilmente desapercibido, los huevos que pone son en cambio algo exóticos: de color verte turquesa, a medida que se agrisan se vuelven más y más misteriosos. Como el macuco de su tierra natal, las pinturas y acuarelas de Tulio son caitas y poseen la gracia de la lentitud. Uno puede sentir la paciencia con que el pintor rellenó cada porción de la retícula, y en ningún momento el gesto se huele mecánico, a cada parcela se le dedica la misma dulce morosidad. Logra así su singularidad.

Pensar en el origen de un artista como Tulio no es referirse exclusivamente a su tierra natal, es hablar del territorio de la pintura y su ejercicio, o de la pintura como pensamiento del hacer. Ése es el país que Tulio habita de manera contundente y que ha hecho escuela en sus numerosos alumnos, con la virtud de no generar clones.

Las realizaciones de Tulio, como le gusta llamarlas, nos retienen en el acto de mirar. Han llevado tiempo y exigen que nos detengamos en ellas para apreciarlas. Son reticentes con las palabras que no surjan de la pintura misma, o del acto de pintar. El mismo artista nos recuerda: “Podemos escribir entonces, pero con mucha desconfianza, porque ya aprendimos que de todas maneras el secreto, si está, anida en el silencio”.

ADNDE SAGASTIZÁBAL

Posadas, Misiones, 1948.

Estudió en los talleres de Alejandro Vainstein, Luis Felipe Noé y Roberto Páez. Fue becario de la Fundación Antorchas para el taller de Guillermo Kuitca (1991 y 1992). Ejerce la docencia desde 1994 y participó en numerosas exposiciones individuales y colectivas en el país y en el exterior. Obtuvo, entre otras distinciones, el segundo premio del Salón Nacional de la Pintura (2013); el primero premio del Salón del BCRA (2012) y el premio Konex de Pintura (Quinquenio 2007/2011). Vive y trabaja en Buenos Aires.

La Nación, ADN CULTURA, Viernes 13 de junio de 2014. Pág. 18.