Sístole y diástole

Uno huye del deseo de preservación y consolidación de las formas como del demonio; como huye de la encerrona dialéctica de pensar que está sumergido en una lucha de alternativas.

Hábitos, hábitos, que intuimos que corrompen la vida, pero son casi el único espejo de la vida que poseemos.

Salgo de mi casa y voy: ¿hacia la derecha? ¿hacia la izquierda?

Miro tus ojos y digo: ¿te quiero? ¿no te quiero?

Estas obras se hicieron porque caminaba en el espacio que se abre entre el querer decir y una resistencia obstinada a los límites de lo dicho.

Resistencia a la inmortalidad y a la memoria. 

Nadie sabe, nadie supo. No se sabe. 

Quizás sí hubo una escena inaugural: cuando alguien se asomó al borde de un profundo pozo de agua y trató de atrapar la imagen de la luna que se reflejaba en la superficie de lo oscuro; y arriesgó así su caída.

Igual da: una fuerte corriente de necesidad se impone y se hace urgente no enmudecer.

(Un mundo lleno de crueldad, y yo estoy con los pies en el barro).

Ya no pienso en clichés, ya no son un problema: sólo hay clichés.

Entonces compruebo que un artista es quien padece de curiosidad infinita, y hace y debe hacer, por haber encarnado (¿por qué? ¿para qué?) el ritual del lenguaje y del relato.

No hay aquí oposición, tampoco hay diálogo; no hay dualidad. Uno habla consigo mismo y nunca está en el mismo lugar.

Tampoco se habla: se dice y se escucha, para presenciar el infinito que se abre alrededor.

Estas obras son eso, no agotan ninguna posibilidad, casi ni lo intentaron.

Ocurrieron de este modo, y ahora no acaban nunca.

 

Tulio de Sagastizábal, septiembre de 2006.

 

Nota:

Texto que acompañó el catálogo de la muestra “Sístole y Diástole” en la Galería Rubbers de Bs As en 2006.