Tulio de Sagastizábal en OSDE, un pintor en estado de trance

Por Julio Sánchez, Revista Ñ, 2 de agosto de 2019.

 

Pocas cuadras con mucha historia, así es la calle Arroyo. Corta, de topografía irregular que incluye curvas y pendientes, no se llama así porque por ahí corría un arroyo, sino porque en el cruce con la calle Carlos Pellegrini tenía su quinta Don Manuel Arroyo y Pinedo (nombre oficial de la calle desde 1902). Hay quienes recordarán la discoteca (palabra vintage como pocas) Mau Mau, o el espantoso estruendo que destruyó la embajada de Israel en 1992. Hay quienes espían la copia de la Venus de Samotracia escondida en el Palacio Estrugamou, y vecinos y comerciantes siguen extrañando el ir y venir que generaba el hotel Sofitel. En el extremo norte, el palacio que levantó Celedonio Pereda, actual embajada de Brasil; en el extremo sur, piloteando la bajada de la calle Esmeralda, la nueva sede de la Fundación OSDE. La antigua sede de la calle Suipacha –antes ocupada por la tradicional casa de muebles Maple– albergó 107 exposiciones en once años de vida, además de una prolífica actividad de mesas redondas (o conversatorios, como se dice hoy), visitas guiadas, conciertos y tantísimas otras actividades. Si bien el espacio se redujo, el espíritu dinámico que le imprime la curadora María Teresa Constantin no decae. Basta consultar la página web para comprobarlo.

Le tocó inaugurar la nueva etapa de la Fundación a un artista que todavía conserva la “elle” que trajo de su Misiones natal, Tulio de Sagastizábal. Él asumió el riesgo que presupone una muestra antológica de 45 años de trabajo, desde 1974 hasta la última pintura que terminó una semana antes de la inauguración el 18 de julio. ¿Resiste el paso del tiempo esa obra? ¿Logró un lenguaje propio independiente de la presión de las tendencias?

Si bien Sagastizábal es reconocido por su dominio de la abstracción, aquí se puede ver una primera etapa figurativa. Un grupo de obras relativas a “la mujer sentada” está inspirado en una historieta que Copi publicó en Le Nouvel Observateur durante una década. Desde la razón, Sagastizábal habla de la viñeta como inspiración; desde el sentimiento, el misionero recuerda a su abuela, matriarca correntina que cuando se instaló en el barrio porteño de Belgrano, se sentaba en una silla y organizaba la casa y la familia.

El curriculum (o la biodata como impone el lenguaje de actualidad) del artista arranca en 1948, en Posadas, estudió con Roberto Páez y Luis Felipe Noé antes de llegar al taller de Guillermo Kuitca becado por la Fundación Antorchas (1991-1992); desde 1994 ejerce la docencia y ha formado un sinnúmero de jóvenes artistas.

El conjunto de obras presentado se llama Hipnosis y su curador, el artista Eduardo Stupía, afirma que “el título invita a dejarse llevar por el sentido clásico del término: un de Sagastizábal en estado de trance se conecta como un médium a ese presunto umbral profundo donde la lucidez técnica y la razón estética se fusionan con la ensoñación romántica”.

La pintura abstracta histórica reconoce dos grandes familias, la geométrica y la gestual. Sagastizábal se ubica en el intersticio de ambas, pues hay dameros, franjas, círculos y otras figuras geométricas pintadas con una gestualidad medida y serena. La pintura abstracta nació como autorreferencial, como una investigación de elementos plásticos como el color, la forma y la línea y así sucede con nuestro artista quien además hace algunos guiños la pintura de la francesa Sonia Delaunnay o a la escultura del rumano Constantin Brâncuşi, ya sea con formas circulares fragmentadas o con pirámides truncas.

En su trabajo como curador Stupía quiso “apuntalar el estado de hipnosis que provocan las obras, un estado cognitivo extraño que no es de alerta, un encantamiento reflexivo, casi una metodología para mirar”. En algunas obras el artista suele ubicar óvalos de colores que se superponen creando una profundidad donde se abisma la mirada, se puede rastrear esta intención de “flotación cromática” aún en sus tempranas obras figurativas, como esos sillones dibujados con intencional torpeza con la presencia de círculos de color turquesa tenue que exageran la bidimensionalidad del espacio pictórico. En muchas pinturas se puede rastrear las experimentaciones de forma y color que hizo el alemán Josef Albers mientras fue profesor en la escuela de la Bauhaus a partir de 1920. Es una coincidencia feliz que tanto el alemán como el misionero hayan dedicado gran parte de su vida a la actividad docente.