Ante unas obras de Juan Batlle Planas

Un océano de gestos inesperados, de vocabulario precario, delicado e infinito, de formas y colores interminables, de textos tan visuales que rechazan toda referencia que no los alcance. Guiños poderosos para cualquier conocedor y amante de la pintura, una invitación rotunda a compartir un espacio y muchos secretos con quien pueda aún mirar con inocencia las marcas que un incansable trabajador, hacedor e inventor trazó de modo tan desbordante. Que soñó despierto mientras invadía hondamente el territorio del placer y el juego, del saber y el descubrimiento, del sobreentender y sumarnos amistosamente en una comunión privilegiada de silencios y exaltaciones.

Palabras, palabras, palabras que no desean explicar, que no desean entender ni hacer entender, solo desean acompañar como un eco y muchas resonancias la certeza de estar frente al ritual completamente mágico que este hombre, que este pintor, Juan Batlle Planas, pone en movimiento cuando toma el pincel, aplica el color, dibuja y escapa de la gravedad, y la siempre mezquina condición cotidiana.

Es inevitable sentirse azorado e ignorante al contemplar el despliegue y la exactitud que un maestro afirma ante nuestros ojos. No sabemos nada y somos afortunados de tener proximidad con ese rastro inclasificable.

Una experiencia de conocimiento provoca felicidad y una experiencia del saber excelente de este otro nos conmueve en la ambición: siempre se puede más.

Juan Batlle Planas realizó todas estas pequeñas, seductoras y casi inéditas imágenes entre 1950 y 1960 aproximadamente. Quizás en un repliegue intimista, en un tanteo, en muchísimos tanteos de ordenar de otro modo, de ordenar para conocer, y desordenar para sentir, para ampliar, para incursionar, para atreverse y disfrutar.

Líneas, ritmos, pequeñas formas coloreadas y prolijas geometrías. Tintas, témperas, algún collage, algún frottage, manchas y un grafismo persistente como escritura que adjetiva, que sensibiliza, que narra a la mirada un pensamiento que no asoma aún y ya estremece el campo que recién se afirmaba.

Sorprende poder tener este diálogo cercano, amistoso y lleno de admiración con unas obras de quien tal vez supo bien que lo que era un hacer cotidiano podía significar, para nosotros que perseguiremos sus huellas, una enorme lección de grandeza y sencillez.

 

Tulio de Sagastizábal. Buenos Aires, mayo de 2015.