El trabajo de Tulio Romano

La práctica del arte es un trabajo. Un trabajo peculiar, autónomo, a veces inconstante, temperamental, idiosincrático, equívoco, apasionado, conflictivo, asombroso y obsesivo la más de las veces.

Pero trabajo al fin, quiero decir: dotado de exigencias, continuidad, regularidad variable, pero siempre trabajo. O sea, ir al taller a diario, o casi a diario, y trabajar.

Tener buenas ideas, a veces pocas ideas, a veces desbordar de ideas, buenas ideas, ideas mediocres, algunas ideas, y trabajar.

Recordar la historia, recordar autores, recordar obras, y trabajar.

Conocer artistas, conocer sus obras, asistir a sus muestras, disfrutarlas o descorazonarse, volver entusiasmados o con algunas desazones, y trabajar.

Vivir y vivir en el taller. La mitad de la vida, a veces más, a veces menos, pero la sombra constante, día y noche, día tras día, año tras año. Para siempre.

El trabajo del arte se elige, y las razones siempre permanecen insondables.

Pero la sospecha es que siempre somos mejores en nuestras obras.

Lo real se impone, ya no hay dueños, pero somos eso.

O sea, el trabajo del arte tiene su premio, se nos devuelve como entidad.

Todo esto puede acarrear una solemnidad aplastante, lo sabemos. Quizás haya sido ese fantasma de solemnidad mortuoria lo que ha impulsado toda una tradición rioplatense a echar mano al humor y la ironía como una constante de su quehacer: un dato muy central en la construcción de las obras.

El trabajo, el esfuerzo, el discurso y la sonrisa.

En las últimas generaciones, nos ha llegado ese legado de la mano de artistas como Fermín Eguía, Pablo Suárez y Antonio Seguí.

Y quizás Antonio Seguí ha sido una adhesión deliberada en Tulio Romano, por una proximidad territorial, y seguramente una presencia temprana también.

Me hice a la idea de que Tulio Romano bascula así entre polos excepcionales y complementarios, complementarios en su hacer y por su elección sin dudas: Antonio Seguí, como presencia próxima de toda una escuela rioplatense, y Constantin Brancusi, como paradigma del escultor moderno.

El humor es fuerte y permanente en la obra de Tulio Romano, pero corre paralelo a una incesante preocupación por la precisión y el refinamiento en la talla y el trato de los materiales.

El dibujo de sus figuras es impecable; el tratamiento de la madera, sobre todo y casi siempre la madera, en sus diferentes aspectos y momentos siempre es precisa, delicada y siempre apropiada al carácter de cada obra.

Tulio Romano sabe decir y sabe hacer, se esfuerza y parodia el esfuerzo a través de gimnastas que como alter egos persiguen lo indecible.

Se arriesga al color, y lo hace bien. El color en sus obras recuerda que la escultura también nació para ser pintada; o que ser pintada es una propiedad que le es afín.

Así, lo cotidiano es tomado con ternura; la materia, con esfuerzo y oficio; y el arte con la dignidad del que sabe que ha firmado un contrato irrevocable.

 

Tulio de Sagastizábal, abril de 2017.

 

Nota:

Este texto se presentó como prólogo a la muestra retrospectiva de Tulio Romano, realizada en 2017 en el Palais de Glace de Buenos Aires.