Jujuy

PERTENENCIA

Jujuy

Jujuy es el nuevo alto en este ciclo que desde el Fondo Nacional de las Artes iniciáramos el año pasado con la intención de poner en valor la producción cultural que pudimos reconocer en cada una de las provincias argentinas.

Será un ciclo largo, entonces, y confiamos en que, a través del tiempo y las experiencias, lo seguiremos enriqueciendo, con fuertes sorpresas incluidas el conocimiento que obtenemos y damos a conocer acerca de las producciones y las personalidades de ese abundante universo que es el del arte en la Argentina.

Sabemos, en principio, que, en las muestras provinciales que desde el área de las artes visuales organizamos, siempre habremos de enfrentarnos al dilema que existe entre el deseo sincero de representar el escenario local y la inconveniencia de pretender hacerlo.

Porque debemos tomar muchas decisiones que son arbitrarias y que no pueden ser de otro modo.

Porque nos movemos en un universo de grandes incertidumbres, sobre lo que podemos conocer de lo que se presenta como accesible a nuestra mirada externa, sobre lo que podemos alcanzar a descubrir más allá aún de lo que se nos ofrece con generosidad, al tener precisamente una mirada que, por ser externa, es diferente; miramos incluso entre intersticios, por curiosidad también, deseando encontrar todos los signos que sean reveladores de la actividad y el mundo conceptual que albergan a los artistas locales.

Y dependemos mucho de nuestras valoraciones, que son, en todo o casi todo, preexistentes al encuentro con este universo de obras y artistas tan desconocidos para nosotros.

Caso siempre es así.

Algunas cosas también ocurren de modo previsible, pues aunque desconozcamos las realizaciones específicas, muchas se producen en flujos de producción que se replican de un lugar a otro. Pues siempre sorprende el modo en que reaparecen modos de hacer y pensar las obras que han fluido silenciosamente a través de muchos años y tantas conmociones, a lo largo de nuestro extenso territorio.

Pero, cuando se hacen seguramente los grandes relevamientos de momentos y tendencias históricas, es probable que lo que queda en la red sea menos que lo que se escapa. Hay algo de lo que los sentimientos encarnan en cada período, y en cada lugar, que se resisten a, o no desean, simplemente, quedar fijados como tópicos, como marcas o huellas emblemáticas. Y con mucha razón podemos sospechar que lo que vemos no da verdaderamente cuenta de tantos inasibles acontecimientos.

Queremos representar entonces una épica muy evanescente, que como en un buen complot, nunca podrá terminar de hacerse evidente.

Deseamos igualmente que las huellas y pistas que ofreceremos den algún fuerte reflejo de lo que suponemos ha ocurrido. Y sobre este acto de voluntad y deseo descansa nuestra confianza de que, a pesar de lo inacabado del trabajo, de lo incompleto del recorte, de la insuficiencia de nuestro recorrido, algo que se pueda llamar el arte de Jujuy aparezca en esta escena, siempre trabajosamente elaborada.

 

Conviven en esta muestra al menos tres generaciones de artistas, más de tres disciplinas y, probablemente, casi tantas estéticas como participantes.

Este panorama, esta multiplicidad de visiones, es de algún modo el reflejo que hemos podido organizar en nuestro propio imaginario.

Están unos al lado de otros, pero cada cual reclamando una particular atención. Dicen cosas, pero, sobre todo, señalan todo el tiempo la importancia del lugar desde donde dicen. El lugar geográfico, sí, con distintos acentos, pero sobre todo los lugares conceptuales. Numerosos discursos acerca de qué cosa es producir imágenes, de qué deben hablar ellas, cómo deben decir que son objetos diferentes y tienen esa cualidad distintiva que las convierte en obras de arte. Son también los modos de proclamar el amor al lugar y al “mundo” al que pertenecen.

Sin embargo, no son fuertes los diálogos entre sí, entre los artistas, y son pocos los que constituyen un colectivo de cualquier orden. Diría que son solitarios y de una marcada y celosa autonomía.

Conservan y preservan empecinados toda una tradición del Autor. Y muchos, muchos, son lugareños de adopción. La adopción es casi como una metáfora, corporizada en sus oficiantes, del modo en que el Arte se ha plegado a las tradiciones más antiguas buscando y encontrando su lugar como referencia y su legitimidad como lenguaje.

Ese valor “testimonial” que está presente siempre, que realmente constituye una de las constantes en la voluntad de hacer de casi todos los artistas, de todas las generaciones, no extraña que haya desembocado, en las más recientes, en una práctica de la fotografía de manera casi hegemónica. Tomada esta, la fotografía, fuertemente de su costado documental.

 

3.

Así, el panorama se convierte también en un rico recorrido, con el encuentro de las fuertes voluntades monumentales de artistas como Victor Montoya, Aguedo Ábalos Cussi, y Rosario Gaspar, el trabajo refinado de Hugo Irureta y los enfáticos poemas visuales de Héctor Alemán. La empecinada producción del Michi Aparicio, como la de Juan Carlos Entrocassi y Marta Fassinato y la seducción en Manuel Gonzáles como en Raúl Chirimonti, tan diversos.

Marcos Yurquina, silencioso, y Hugo Espinassi, que ensaya sobre su presencia.

Fernando Cerezo, Omar García Romano y Gabriela Gaspar, también ensayan y preparan su camino. Raúl Fernández, que en el giro hacia una producción marginal nos devuelve toda la gravedad y el peligro que implica para nosotros la intención de abarcar el imaginario de un lugar.

Los fotógrafos: ¿no hay monumentalidad acaso también en Pablo Canedi y Mariana Condorí? ¿En Maitén Reynoso? Reconozco haber disfrutado en estas comparaciones, preguntándome complacido acerca de las equivalencias entre tantas disimilitudes. Hay más “registro” en Humberto Allegretti y Aldana Loiseau, seguro. También en Javier Coletti y Ana Morán. Pero, en Marcelo Abud o José María Seoane, la mirada se hace cómplice descaradamente de algún sobreentendido. Y dos que documentan lo que quizás nadie miraría como objeto del arte: los jóvenes de cada día en la ciudad de José Domingo Rodríguez y las escenas del trabajo duro que César Ruiz ha decidido no dejar pasar inadvertidas.

 

Tulio de Sagastizábal, Buenos Aires, abril de 2006.